Del Walkman al iPhone: qué pasó con las marcas de nuestra infancia

El otro día, mientras preparaba el desayuno, me quedé mirando un pequeño “horno blanco” que acababa de aparecer en nuestra cocina. Mi mujer lo había comprado: un horno exprés o una freidora de Xiaomi. Lo llaman la “freidora de aire”.  Me llamó la atención por varias razones: era minimalista, silenciosa… y sobre todo porque en mi infancia un electrodoméstico así jamás habría llevado ese logo.

Crecí rodeado de marcas que parecían inamovibles. El televisor era Sony o Panasonic, grande y oscuro, casi solemne. Los teléfonos móviles eran Nokia o Siemens, con teclas diseñadas para durar toda la vida. El sonido salía de un Walkman o un Discman. Todo era negro, gris o plateado; sólido, confiable y, de alguna forma, eterno.

Hoy, sin embargo, nuestro día a día está lleno de dispositivos que hace veinte años apenas conocíamos: hornos-freidoras Xiaomi, Apple TV, asistentes de voz que responden a “Hey Siri” o “Ok Google”. Sin darnos cuenta, el mapa de marcas que habita nuestro hogar cambió por completo.

¿Cómo pasamos de aquel ecosistema japonés y europeo a uno dominado por Silicon Valley y, cada vez más, por China? ¿Qué ocurrió para que gigantes como Sony, Nokia o Panasonic perdieran el lugar que un día parecían tener asegurado?

El auge de las marcas que definieron una época

Durante los años 80, 90 e incluso los primeros 2000, la electrónica de consumo tenía nombres claros y casi incuestionables. Sony era sinónimo de innovación y calidad: el Walkman cambió para siempre la forma de escuchar música en la calle; el Discman llevó los CDs a nuestros bolsillos; y los televisores Trinitron eran el sueño de cualquier salón. Panasonic competía con fuerza en vídeo, sonido y electrodomésticos, llenando de confianza los hogares con equipos de audio, cámaras y grabadoras.

En telefonía móvil, el reinado era europeo: Nokia marcó una era con modelos icónicos como el 3310, famoso por su batería interminable y su resistencia casi indestructible. Siemens y otras marcas como Ericsson acompañaban esa revolución con dispositivos que parecían destinados a durar décadas.

Estas compañías parecían invencibles porque dominaban varios factores clave:

  • Innovación visible: cada producto nuevo suponía un salto tangible —del cassette al CD, de la televisión plana al home cinema—.
  • Calidad y durabilidad: los aparatos se compraban para que duraran años, incluso generaciones.
  • Prestigio global: eran marcas aspiracionales, respaldadas por décadas de ingeniería y diseño industrial.
  • Presencia omnipresente: sus logotipos estaban en el televisor del salón, el teléfono de la cocina, el reproductor de música del coche.

Para quienes crecimos en esa época, aquellas marcas no eran solo empresas: eran símbolos de modernidad y progreso. Parecía imposible imaginar un futuro tecnológico sin ellas.

La disrupción tecnológica y el cambio de modelo

A mediados de los 2000 empezó una revolución silenciosa que cambiaría para siempre el mapa de marcas en nuestros hogares. Internet dejó de ser un lujo para convertirse en el centro de nuestra vida digital. Y, con él, llegó un nuevo tipo de dispositivo: el smartphone, que no solo servía para llamar, sino que conectaba todo lo demás.

Fue ahí donde compañías como Apple y Samsung entendieron algo que a los gigantes tradicionales se les escapaba: el futuro no estaba en vender un aparato aislado, sino en construir ecosistemas completos. El iPhone no era solo un teléfono; era un portal a la App Store, a iTunes, a un estilo de vida digital que se extendía al Mac, al iPad y, más tarde, al Apple Watch y al Apple TV. Samsung, por su parte, combinó innovación en hardware con una estrategia agresiva de gama amplia que cubría desde el móvil de entrada hasta la televisión 4K de lujo.

Mientras tanto, China irrumpió con un modelo diferente: producción eficiente, precios agresivos y velocidad de innovación. Marcas como Xiaomi, Huawei y Oppo demostraron que podían ofrecer dispositivos de calidad sorprendente a un coste mucho menor, y con ciclos de actualización mucho más rápidos que los de la vieja guardia japonesa y europea.

El cambio fue también cultural. Antes, el objetivo era tener un buen aparato que durara años; ahora queremos un ecosistema conectado, actualizable y con servicios digitales que se integren en nuestra vida diaria. Ya no basta con un televisor que funcione bien: queremos que tenga aplicaciones, que se conecte a nuestro teléfono, que se actualice solo.

En pocos años, este cambio de paradigma dejó a muchas marcas clásicas fuera de juego. Mientras Apple y Samsung construían mundos completos, Sony y Panasonic seguían fabricando grandes productos… pero cada vez más aislados. Nokia y Siemens, por su parte, subestimaron la importancia del software y de las plataformas móviles hasta que ya era demasiado tarde.

Estrategias que algunas marcas no supieron reinventar

En la historia del cambio tecnológico no sólo importan los que innovan con éxito, sino también los que no reaccionan a tiempo. Las marcas de antaño —Sony, Panasonic, Nokia, Siemens— cometieron errores estratégicos clave que las dejaron fuera de la carrera. Veamos los principales:

Sony y Panasonic: hardware fuerte, softwares débiles

  • Durante décadas, Sony y Panasonic construyeron reputaciones sólidas en ingeniería de hardware: cámaras, televisores, equipos de audio, videocámaras… sin embargo, cuando el mundo cambió hacia lo digital, su apuesta por el software fue relativamente tibia. Sony, por ejemplo, luchó con la idea de “convergencia” (hardware + contenidos) y muchas de sus iniciativas digitales no lograron encontrar tracción en el mercado o se superpusieron en líneas de producto que confundían a los consumidores.
  • Sony incluso incurrió en errores internos de estrategia: insistió en mantener tecnologías propietarias, lo que limitaba su interoperabilidad con el ecosistema más abierto del mercado.
  • Aunque Sony ha tenido grandes éxitos (por ejemplo en su división de videojuegos, música y cine), muchas de sus divisiones de hardware quedaron aisladas, sin un sistema cohesionado de servicios digitales que las conectara de forma significativa.
  • Panasonic, por su parte, se aferró más aún al modelo tradicional de electrónica de consumo (televisores, equipos de sonido, electrodomésticos) sin construir un ecosistema digital de servicios o plataformas que reforzaran sus productos. Esa debilidad en servicios digitales fue una barrera para competir en un mundo donde el valor añadido reside en la experiencia conectada.

Nokia y Siemens: la caída de los reyes de la telefonía

  • Nokia fue por años el líder absoluto del mercado de móviles. Pero, con la llegada del smartphone, no supo adaptarse correctamente al nuevo paradigma centrado en software, ecosistemas de apps y experiencia de usuario integrada.
  • Su sistema operativo interno, Symbian, quedó rezagado frente a iOS y Android, en parte por su complejidad, los limitados incentivos para desarrolladores y el retraso en adaptación a nuevas interfaces modernas.
  • En 2011, Nokia tomó la decisión de adoptar Windows Phone como sistema primario, una apuesta que muchos analistas consideran tardía y arriesgada. Esta decisión generó rechazo entre algunos usuarios, y al final no consiguió recuperar relevancia frente al empuje de Android.
  • Siemens también sufrió los efectos de subestimar el cambio en telefonía: su apuesta nunca logró consolidarse en el terreno de los smartphones, y fue perdiendo terreno frente a marcas dedicadas a ese nicho.

Falta de visión sobre plataformas y servicios

  • En el nuevo modelo tecnológico, el valor ya no estaba sólo en el dispositivo físico, sino en las plataformas, servicios y ecosistemas que lo complementaban. Las empresas que lograron ese salto —Apple, Google, Samsung, y posteriormente varias marcas chinas— generaron barreras de entrada difíciles de superar.
  • Muchas de las marcas clásicas seguían pensando en productos, no en experiencias. Mientras Apple construía iOS + App Store, integraba hardware con servicios (música, apps, iCloud…), los antiguos gigantes apelaban a mejoras de hardware (mejor cámara, más megapíxeles, materiales) sin cambiar realmente el enfoque estratégico.
  • Además, la mentalidad de licencias cerradas, tecnología propietaria y control rígido dificultó la agregación con nuevos desarrollos y el apalancamiento sobre terceros.

El consumidor también cambió

El cambio no fue solo tecnológico; también fuimos nosotros quienes cambiamos como consumidores. Durante décadas, las familias valoraban sobre todo la durabilidad y la confianza de marca. Comprar un televisor Sony o un móvil Nokia era casi una inversión a largo plazo: la expectativa era que ese aparato durara años, incluso pasara de una generación a otra.

Pero a partir de los 2000, la relación con la tecnología se volvió mucho más dinámica. La innovación constante empezó a pesar más que la fiabilidad. Ya no buscábamos que un teléfono resistiera caídas durante diez años; queríamos que tuviera la última cámara, la pantalla más brillante y la conexión más rápida. El diseño también ganó protagonismo: lo que antes era un bloque robusto ahora debía ser delgado, elegante, minimalista, casi una extensión de nuestra personalidad.

El ecommerce y la globalización aceleraron esta transición. Antes dependíamos de las tiendas locales y de marcas conocidas; hoy, con un clic, podemos comprar productos de cualquier parte del mundo, comparar precios y leer reseñas en tiempo real. Esto abrió la puerta a nuevas marcas que antes no tenían acceso directo al consumidor, como Xiaomi o OnePlus, que se hicieron fuertes ofreciendo alta tecnología a precios mucho más bajos.

Además, surgió un fenómeno curioso: el “efecto nostalgia”. Aunque seguimos comprando lo nuevo y brillante, muchos sentimos una especie de apego emocional hacia las marcas de nuestra infancia. Hay quienes siguen buscando un Walkman de colección o se emocionan cuando ven un Nokia clásico. Sin embargo, esa nostalgia no siempre se traduce en consumo real; solemos preferir la última innovación, aunque el corazón recuerde con cariño aquellos aparatos que parecían indestructibles.

En definitiva, pasamos de un modelo de consumo basado en la estabilidad y la confianza a otro basado en la novedad, el diseño y la actualización continua. Y ese giro fue letal para marcas que habían construido su prestigio sobre la idea de permanencia.

¿Vuelven o desaparecen para siempre?

Aunque para muchos consumidores parezca que aquellas marcas de nuestra infancia se esfumaron, la realidad es más compleja. Algunas han intentado reinventarse y otras simplemente han cambiado de escenario.

Nokia es el caso más emblemático. Tras perder la batalla de los smartphones y vender su división móvil a Microsoft en 2013, la compañía regresó en 2016 con terminales Android bajo licencia de HMD Global. Aunque ha recuperado cierta presencia en gama media y básica, ya no compite en la liga premium ni marca tendencia como antes. Su negocio principal hoy está en infraestructura de redes y 5G, un sector invisible para el consumidor pero clave para el futuro de la conectividad.

Panasonic, que antaño llenaba salones y cocinas, ha reducido su presencia en electrónica de consumo y se ha enfocado en soluciones B2B: baterías para coches eléctricos (es uno de los grandes proveedores de Tesla), sistemas industriales y equipos profesionales de imagen. Su marca sigue viva, pero lejos de la mente del usuario doméstico.

Sony ha sido la que mejor ha resistido el cambio, aunque a costa de abandonar parte de su antiguo territorio. En hardware de consumo se ha replegado a nichos rentables (televisores premium Bravia, audio de alta gama, cámaras profesionales), pero sobre todo ha triunfado con PlayStation, su gran motor de negocio y símbolo cultural. Además, su división de música y cine le ha permitido mantener relevancia global, aunque su presencia como marca transversal en el hogar es mucho menor que hace veinte años.

Otras compañías, como Siemens, han desaparecido casi por completo del radar del consumidor final. La división de móviles fue vendida en 2005 y terminó diluyéndose, mientras el grupo se ha concentrado en tecnología industrial, salud y energía. Muchas de estas marcas siguen siendo poderosas, pero para un público empresarial y técnico, no para el usuario doméstico.

En definitiva, lo que un día fue símbolo de hogar y modernidad hoy vive en otras industrias, a menudo invisibles para el consumidor común. Las marcas que no supieron crear ecosistemas o adaptarse al nuevo ritmo del mercado no han muerto, pero sí se han desplazado a un segundo plano, mientras nuevas empresas ocupan el espacio emocional y funcional que antes les pertenecía.

Conclusión

Mirar atrás y recordar aquellas marcas que llenaron nuestros hogares —Sony, Panasonic, Nokia, Siemens— es inevitablemente nostálgico. Eran sinónimo de fiabilidad, de progreso y, en cierto modo, de identidad tecnológica. Sin embargo, su caída —o, mejor dicho, su transformación silenciosa— es un recordatorio de que en el mundo de la innovación ningún liderazgo es eterno.

La tecnología no solo evoluciona; redefine cómo consumimos, qué valoramos y qué esperamos de una marca. Pasamos de buscar durabilidad a querer actualización constante; de productos aislados a ecosistemas integrados; de marcas locales y familiares a gigantes globales y, cada vez más, a soluciones chinas con gran relación calidad-precio.

Para el marketing y la estrategia de hoy, la lección es clara:

  • No basta con fabricar buenos productos. Hay que construir experiencias conectadas que generen valor continuo.
  • No se puede ignorar la cultura y el cambio de hábitos. Las marcas que no entendieron la irrupción de Internet, el software y los servicios quedaron atrás.
  • La nostalgia no paga facturas. Aunque los consumidores recuerden con cariño, compran innovación y conveniencia.

En un presente post-digital, donde la tecnología se vuelve invisible y el usuario solo percibe la experiencia, las marcas que sobreviven son las que saben reinventarse antes de que el mercado las obligue. Y quizá esa sea la mayor enseñanza que podemos extraer de los logos que alguna vez dominaron nuestras casas y hoy apenas vemos: la verdadera fortaleza de una marca está en su capacidad de anticipar el cambio y adaptarse a él.

¿Qué aparato de tu infancia sigues recordando con cariño? ¿Crees que alguna de aquellas marcas podría volver a ser relevante?

Fuentes: