Durante décadas, el diseño de experiencias digitales ha girado en torno a un supuesto básico: el usuario está vivo, presente y activo en la interacción. Toda interfaz parte de esa premisa. Diseñamos para alguien que toca, desliza, reacciona, responde. Pero ¿qué ocurre cuando esa presencia desaparece, y sin embargo la identidad digital permanece?

En un mundo cada vez más conectado, nuestras huellas digitales sobreviven mucho más allá de nosotros. Perfiles sociales que se convierten en memoriales, asistentes virtuales entrenados con nuestra voz, dobles digitales capaces de responder como lo haríamos nosotros. No es ciencia ficción: es una realidad que interpela al diseño desde nuevas coordenadas éticas, técnicas y humanas.

El reto del diseño posthumano no consiste en imaginar un futuro lejano, sino en afrontar preguntas urgentes del presente: ¿cómo diseñar para identidades que persisten sin cuerpo? ¿Qué significa "experiencia de usuario" cuando el usuario ya no está, pero su presencia digital sigue operando? Esta reflexión abre la puerta a un nuevo campo del diseño: crear interfaces para vidas que no terminan del todo.

¿Qué son las identidades digitales posthumanas?

Las identidades digitales posthumanas son extensiones virtuales de una persona que continúan existiendo —y en algunos casos interactuando— más allá de su vida física. No se trata solo de recuerdos almacenados en la nube, sino de entidades activas que pueden hablar, responder, aprender e incluso evolucionar tras la muerte del individuo original.

Un ejemplo común son los perfiles conmemorativos en redes sociales, como los de Facebook, que permiten mantener vivo el recuerdo de una persona fallecida, a través de mensajes, fotografías y publicaciones. Pero el fenómeno va mucho más allá. Existen ya asistentes virtuales entrenados con la voz, los gestos o los patrones de escritura de alguien que ha muerto, capaces de simular conversaciones con sus seres queridos. Algunos proyectos de IA generativa han creado bots memoriales —entrenados con correos electrónicos, mensajes de texto o vídeos— que replican la personalidad de un individuo.

También han surgido propuestas para convertir toda la actividad digital de una persona en un avatar persistente, una especie de doble que continúa "viviendo" en espacios virtuales: desde museos personales hasta mundos inmersivos o entornos de realidad aumentada.

Estas identidades posthumanas no son meros recuerdos estáticos, sino interfaces vivas, diseñadas para relacionarse, consolar, enseñar o incluso acompañar. Y con ello, el diseño deja de pensar en el "usuario actual" para empezar a trabajar con una nueva figura: el usuario que fue, que dejó datos, y que ahora habita otra forma de existencia.

Nuevos escenarios de diseño UX

Diseñar para identidades digitales posthumanas implica imaginar experiencias en las que el usuario no está presente, pero sí su memoria, su voz o su estilo de comunicación. Esto abre un abanico de escenarios donde la experiencia ya no gira en torno a la acción, sino al vínculo emocional, la evocación o el legado. Algunos de estos escenarios ya existen, otros están en fase de desarrollo, pero todos plantean retos únicos para el diseño UX.

Plataformas de duelo digital

Espacios diseñados para recordar, compartir y procesar la pérdida. Algunas redes sociales ya ofrecen modos conmemorativos, pero están emergiendo plataformas específicas para acompañar el duelo a través de rituales digitales, mensajes programados o memoriales interactivos. Aquí, la experiencia debe ser respetuosa, empática y adaptativa a las diferentes formas culturales de vivir la muerte.

Asistentes que conservan la voz o hábitos de alguien fallecido

Empresas como HereAfter AI o MyHeritage han desarrollado sistemas que permiten grabar entrevistas con personas mayores para luego generar un asistente que simula conversaciones con su voz y estilo personal. El diseño de estos sistemas requiere cuidar la naturalidad de las respuestas, evitar la fricción emocional y ofrecer siempre control a los usuarios sobre la interacción.

Museos virtuales personales

Gracias a la realidad aumentada o el 3D web, se están creando espacios donde una persona puede dejar curado su propio legado: fotografías, mensajes, documentos, vídeos, incluso recorridos virtuales por lugares significativos. El reto del diseño aquí es doble: preservar la autenticidad del recuerdo y facilitar una navegación afectiva, más que funcional.

IA que responde como una persona (textos, vídeos, voz)

 En 2021, Microsoft patentó un sistema para crear bots conversacionales basados en personas reales, vivas o muertas. Estos bots pueden mantener diálogos usando patrones de lenguaje aprendidos del sujeto original. Su integración en plataformas o entornos personales plantea una UX compleja: ¿cómo mostrar que no es la persona real? ¿Cómo evitar falsas expectativas? ¿Qué límites debe tener esta simulación?

Estos nuevos escenarios no buscan reemplazar a nadie, sino canalizar formas de presencia que desafían el marco tradicional del diseño centrado en el usuario vivo. Y para ello, necesitamos repensar todo: desde las métricas de éxito hasta los patrones de interacción.

Retos éticos, técnicos y emocionales

Diseñar para identidades digitales posthumanas no es solo un ejercicio de creatividad o innovación tecnológica. Es, ante todo, una práctica que exige una profunda reflexión ética. Cuando una interfaz media entre el recuerdo y la ausencia, entre la simulación y el afecto, el diseño no puede limitarse a lo funcional: debe considerar cuidadosamente el impacto emocional, la legitimidad del uso y la responsabilidad compartida.

Consentimiento y propiedad

¿Quién tiene derecho a construir o activar una identidad digital persistente? ¿Puede una persona decidir en vida qué datos deben usarse, cómo y por cuánto tiempo? ¿Qué pasa si no dejó instrucciones claras? El consentimiento postmortem es un terreno aún difuso, y plantea preguntas sobre la propiedad de la voz, la imagen, los hábitos digitales y hasta la personalidad modelada por IA. Los diseñadores deben anticipar estos escenarios y permitir mecanismos de autorización, revocación y transparencia.

Diseño emocional vs manipulación

Un avatar que responde como un ser querido puede ofrecer consuelo… o convertirse en una ilusión dolorosa. Diseñar una interfaz que simule cercanía o reacciones humanas requiere una sensibilidad especial para no cruzar la línea del engaño o la dependencia emocional. ¿Debe la interfaz imitar emociones? ¿Debe explicitar en todo momento que no es la persona real? Encontrar el equilibrio entre presencia emocional y realismo ético es uno de los mayores desafíos de este tipo de UX.

¿Quién gestiona la experiencia? ¿Familia, empresa, IA?

Las identidades digitales persistentes no se autogestionan: alguien debe configurar, mantener y, llegado el caso, desactivar la experiencia. Aquí se abre un debate sobre el rol de la familia, los amigos o incluso las plataformas tecnológicas. ¿Debería ser la IA quien actualice al avatar con nueva información? ¿Debe existir un “testamento digital” que lo regule todo? El diseño debe prever estos roles, establecer jerarquías claras y ofrecer herramientas para delegar, limitar o supervisar.

Estos retos no tienen soluciones únicas, pero sí requieren marcos éticos sólidos y decisiones de diseño que prioricen la dignidad humana, incluso en su extensión virtual. Porque más allá de la innovación, se trata de cómo queremos ser recordados… y por quién.

Principios de UX para lo posthumano

Diseñar para identidades digitales que trascienden la vida humana requiere un nuevo conjunto de principios que complemente —y a veces reemplace— los marcos clásicos de la experiencia de usuario. En lugar de diseñar para la acción inmediata o la conversión, se diseña para la permanencia, la evocación, el recuerdo, y en muchos casos, para el consuelo. Aquí algunos principios emergentes que pueden orientar el diseño UX en contextos posthumanos:

Empatía diferida

No diseñamos solo para quien usará la interfaz, sino también para quien ya no puede interactuar con ella. Esta empatía debe extenderse en el tiempo, anticipando emociones futuras: el duelo, la nostalgia, la necesidad de reconectar. El diseño debe ser cuidadoso con los momentos y las formas en que se activa esa conexión emocional.

Temporalidad ambigua

Las interfaces posthumanas no responden a la lógica del “tiempo real”. Pueden revivir memorias de hace décadas o mantener vivo un legado de forma indefinida. El diseño debe permitir una relación flexible con el tiempo: pausas, regresos, repeticiones, silencios. No se trata de actualizar constantemente, sino de sostener una presencia significativa.

Transparencia emocional

Cuando una interfaz habla, responde o actúa “como si” fuera una persona real, es fundamental que el usuario sepa que no lo es. No para romper la ilusión, sino para cuidar la salud emocional de quien interactúa. Un diseño honesto puede incluir señales sutiles que recuerden el carácter simulado de la experiencia, sin restarle valor afectivo.

Diseño no invasivo

En este contexto, menos es más. La interfaz debe integrarse de forma respetuosa, sin sobresaturar ni forzar interacciones. La experiencia posthumana no busca la atención constante, sino ofrecer disponibilidad silenciosa, como quien deja una luz encendida por si alguien regresa.

Control delegado

El diseño debe prever distintos niveles de control: desde el usuario original (cuando estaba vivo), hasta la familia, o una entidad gestora. Esto implica ofrecer herramientas para decidir qué se muestra, cuándo y a quién. El control no siempre será individual; a veces será compartido o delegado, y la UX debe facilitarlo sin generar conflicto.

Estos principios no pretenden ser definitivos, pero sí abrir un espacio para pensar de forma ética, creativa y sensible el diseño en un mundo donde la identidad ya no muere con el cuerpo, y donde la experiencia de usuario puede convertirse, también, en experiencia de memoria.

Conclusión

El diseño posthumano no es una moda futurista ni una curiosidad tecnológica: es una nueva frontera del diseño centrado en lo humano, aunque ese humano ya no esté presente. No se trata solo de gestionar la muerte digital, sino de entender que nuestras vidas, cada vez más entrelazadas con lo virtual, generan huellas que otros seguirán recorriendo.

Frente a ello, el diseño deja de ser solo una herramienta para facilitar acciones y se convierte en un medio para prolongar significados. Nos obliga a pensar en términos de continuidad: ¿cómo queremos ser recordados? ¿qué parte de nosotros debería permanecer accesible? ¿cómo diseñar espacios donde la memoria no duela, pero tampoco se disuelva?

En este futuro abierto, diseñar ya no es solo crear para el presente, sino conversar con las múltiples temporalidades de la experiencia humana. El reto está en hacerlo con responsabilidad, sensibilidad y una ética clara. Porque cada interfaz que dejamos atrás puede convertirse en una forma de seguir hablando con el mundo.

¿Estás preparado para crear experiencias que interactúan con el pasado, acompañan el presente y permanecen en el futuro?

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